2012-12-08

Paisaje y un cuentecillo campestre.


Técnica mixta.



Hoy además un cuentecillo, propio de espacios campestres abiertos.


Válgame dios: los murciélagos...


Al atardecer, cuando los días empiezan a alargarse y se templa el ambiente, entre dos luces, salen al aire, los padres y dos o tres hijos.

Se distingue bien la pareja porque los hijos son más pequeños y mucho más torpes. Contrasta el dominio y agilidad de los padres con la cómica descoordinación de los minúsculos aprendices, a los que capa, brazos, dedos, pies y cola de mamíferos evolucionados en seres de vida aérea no terminan de funcionarles como ellos o sus padres desearían.

El mundo está lleno de oportunidades, que con relativa frecuencia son contingencias trágicas para otros.

A esas horas del crepúsculo no hay que despistarse, un último viaje: -voy por las gafas que me dejé encima de la tele en casa de tu hermana..., y se acabó, el murciélago patrullero en doble misión de entrenamiento y aprovisionamiento te corta el paso y termina con tu vida.

Tu parienta, desmemoriada, ni siquiera se acordará de esperarte para cenar: -Qué  a mis anchas me siento hoy ¡Noto como si me faltara algo...!

Quizás ni eso: -Creo que hoy me pasé, hice demasiada cena.

Luego, nada, simplemente ya no eres... Si acaso, si la dejaste embarazada, tendrás hijos, y puede que nietos. Pero dudo que desde el otro lado del espejo del tiempo pasado te enteres de algo.

Quizás en algún recodo de tus genes algún neutrino solar (o galáctico ?) errante por el espacio descolocó un par de bases de tu ADN y sin tu saberlo colaboraste como voluntario forzoso e inconsciente, sirviendo de escenario a la colisión cósmica, a la mejora del patrimonio genético colectivo, pero tú pobre zángano de abejorro terrestre no sabes nada de eso.

Aún así, consuélate, nadie es completamente inútil. Podría ser que a partir de ti toda una nueva estirpe de abejorros luzca un hermoso color verde metálico con el valor añadido de ser menos visibles en la sombra verde oscura donde acecha el mirlo, sin más impuesto que tu desaparición prematura y sin la menor trascendencia, pues aún errando el certero mamífero volador, tampoco te habrías enterado.

Habrías vuelto a cenar y tu parienta seguiría tan cariñosa y despistada como siempre, eso si algún pendejo no encontró, en tu fugaz y arriesgadísima ausencia, sus brazos acogedores y tu cena en la mesa. El que no se consuela es porque no quiere, mejor estarás en la eternidad con las valquirias.  

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